También se aprobaron los decretos por "martirio" para las causas de beatificación de cuatro españoles que según el Vaticano fueron asesinados "por odio a la fe durante la persecución religiosa en España durante los años 1936-37".
Serán beatificados :
Lucas de San José (José Tristany Pujol), sacerdote carmelita descalzo, nacido en 1872 y asesinado el 20 de julio de 1936 en Barcelona.
Leonardo José (José María Aragonés Mateu), religioso del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, nacido en 1886 y asesinado el 9 de agosto de 1936 en Traveseres (España).
Apolonia del Santísimo Sacramento (Apolonia Lizárraga), religiosa carmelita de la Caridad, nacida en 1877 y asesinada el 8 de septiembre de 1936 en Barcelona .
Fray Bernardo (Plácido Fábrega Juliá, sacerdote de las Escuelas Maristas, nacido en 1889 y asesinado el 6 de octubre de 1934 en Barruelo durante la persecución religiosa en España.
Sor María de los Ángeles Ginard Martí será beatificada el 29 de octubre en Roma. Fue trasladada a la checa de Bellas Artes; al día siguiente, fue asesinada de un disparo en la cabeza en la Dehesa de la Villa. Hasta 1941, no pudieron localizar sus restos mortales, que ahora descansan en el convento de Madrid.
Los 53 futuros beatos españoles, mártires de la persecución religiosa de la Guerra Civil Española, son los Siervos de Dios Cruz Laplana y Laguna, obispo, español (1875-1936) y Fernando Español Berdié, español, sacerdote diocesano (1875-1936); Narciso Esténaga Echevarría, español, obispo (1882-1936) y diez compañeros; Liberto González Nombela, español, sacerdote diocesano (1896-1936) y 12 compañeros del clero diocesano; Eusebio del Niño Jesús (en el siglo Ovidio Fernández Arenillas), español, sacerdote profeso de la Orden Carmelita (1888-1936) y 15 compañeros de la Orden Carmelita; Félix Echevarría Gorostiaga, español, sacerdote profeso de la Orden de los Frailes Menores (11893-1936) y 6 compañeros de la Orden Franciscana.
Teodosio Rafael (en el siglo Diodoro López Hernández), religioso profeso de la Institución de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1898-1936) y 3 compañeros Hermanos de las Escuelas Cristianas.
La lista de los que hoy suben a la gloria de los altares por haber confesado su fe y dado su vida por ella es numerosa. Hay treinta y ocho sacerdotes de la Archidiócesis de Valencia, junto con un numeroso grupo de hombres y mujeres de la Acción Católica también de Valencia; dieciocho dominicos y dos sacerdotes de la Archidiócesis de Zaragoza; cuatro Frailes Menores Franciscanos y seis Frailes Menores Franciscanos Conventuales; trece Frailes Menores Capuchinos, con cuatro Religiosas Capuchinas y una Agustina Descalza; once Jesuitas con un joven laico; treinta y dos Salesianos y dos Hijas de María Auxiliadora; diecinueve Terciarios Capuchinos con una cooperadora laica; un sacerdote dehoniano; el Capellán de Colegio La Salle de la Bonanova, de Barcelona, con cinco Hermanos de las Escuelas Cristianas; veinticuatro Carmelitas de la Caridad; una Religiosa Servita; seis Religiosas Escolapias con dos cooperadoras laicas provenientes éstas últimas del Uruguay y primeras beatas de ese País latinoamericano; dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados; tres Terciarias Capuchinas de Nuestra Señora de los Dolores; una Misionera Claretiana; y, en fin, el joven Francisco Castelló i Aleu, de la Acción Católica de Lleida.
Los testimonios que nos han llegado hablan de personas honestas y ejemplares, cuyo martirio selló unas vidas entretejidas por el trabajo, la oración y el compromiso religioso en sus familias, parroquias y congregaciones religiosas. Muchos de ellos gozaban ya en vida de fama de santidad entre sus paisanos. Se puede decir que su conducta ejemplar fue como una preparación para esa confesión suprema de la fe que es el martirio.
¿Cómo no conmovernos profundamente al escuchar los relatos de su martirio? La anciana María Teresa Ferragud fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto con sus cuatro hijas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar para poder así alentarlas a morir por la fe. Su muerte impresionó tanto a sus verdugos que exclamaron: "Esta es una verdadera santa". No menos edificante fue el testimonio de los demás mártires, como el joven Francisco Alacreu, de veintidós años, químico de profesión y miembro de la Acción Católica, que consciente de la gravedad del momento no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud en sacrificio de amor a Dios y a los hermanos, dejándonos tres cartas, ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, escritas instantes antes de morir, a sus hermanas, a su director espiritual y a quien fuera su novia. O también el neosacerdote Germán Gozalbo, de veintitrés años, que fue fusilado sólo dos meses después de haber celebrado su Primera Misa, después de sufrir un sinfín de humillaciones y malos tratos.
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